LIBRO I
DE LAS NOCIONES INNATAS
CAPITULO I
NO HAY PRINCIPIOS INNATOS
1. La forma en que nosotros
adquirimos cualquier conocimiento es suficiente para probar que éste
no es innato.
Es una opinión establecida entre
algunos hombres, que en el entendimiento hay ciertos principios
innatos;
algunas nociones primarias , caracteres como impresos en la
mente del hombre; que el alma recibe en su primer ser y que
trae en el mundo con ella. Para convencer a un lector sin prejuicios
de la falsedad de esta suposición, me
bastaría como mostrar (como espero hacer en las partes siguientes
de este Discurso) de que modo los
hombres pueden alcanzar, solamente con el uso de sus facultades naturales, todo el conocimiento que
poseen, sin la ayuda de ninguna impresión innata, y pueden llegar a la certeza, sin tales principios o
nociones innatos. Porque yo me figuro que se reconocerá que sería impertinente suponer que son innatas
las ideas de color, tratándose de una criatura a quien Dios dotó de
la
vista y del poder de recibir sensaciones, por medio de los ojos,
a partir de los objetos externos. Y no menos
absurdo sería atribuir
algunas verdades a ciertas impresiones de la naturaleza y a ciertos
caracteres
innatos, cuando podemos observar en
nosotros mismos facultades adecuadas para alcanzar tan facil y seguramente un conocimiento de
aquellas verdades como si originariamente hubieran sido impresas en nuestra mente.
Sin embargo, como a un hombre no le
es permitido seguir impunemente sus pensamientos propios en busca de la verdad, cuando le
conducen, por poco que sea, fuera del camino habitual, expondre las razones que me hicieron dudar de la
verdad de aquella opinión para que sirvan de excusa a mi equivocación, si en ella he
incurrido, cosas que dejo al juicio de quienes, como yo, están
dispuestos a abrazar verdad dondequiera que se
halle.
2. El asentimiento en general
constituye el principal argumento
Nada se presupone más comúnmente
que el que haya unos ciertos principios seguros, tanto especulativos como prácticos, (pues se habla de
ambos), universalmente aceptados por toda la humanidad. De ahí se infiere que deben ser unas
impresiones permanenetes que reciben las almas de los hombres en su
primer ser, y que las traen al mundo con
ellas de un modo tan necesario y real como las propiedades que les
son inherentes.
3. El consenso universal no prueba
nada como innato
Este argumento, sacado de la
aquiescencia universal, tiene en sí este inconveniente: que aunque
fuera cierto que de hecho hubiese unas
verdades asentidas por toda la humanidad, eso no probaría que eran innatas, mientras haya otro modo de
averigüar la forma en que los hombres pudieron llegar a ese acuerdo
universal sobre esas cosas que todos aceptan; lo que me parece que
puede mostrarse.
4. Lo que es, es; y es imposible que
la misma cosa sea y no sea.
Estas dos proposiciones son
universalmente asentidas. Pero lo que es peor, este argumento del
consenso universal, que se ha utilizado para
probar los principios innatos, me parece que es una demostración de que no existen tales principios
innatos, porque hay ningún principio al cual toda la humanidad
preste un asentimiento universal. Empezaré
con los principios especulativos, ejemplificando el argumento en
esos celebrados principios de
demostración, "toda cosa que es, es y de que es imposible que
la misma cosa sea y
no sea, que me parece que, entre todos, tendrían
el mayor derecho al título de innatos. Disfrutan de una reputación tan sólida de ser
principio universal que me parecería extraño, sin lugar a dudas,
que alguien
los pusiera en entredicho. Sin
embargo, me tomo la libertad de afirmar que esas proposiciones andan
tan lejos de tener asentimiento
universal, que gran parte de la humanidad ni siquiera tiene noción
de ellos.
5. Esos principios no están
impresos en el alma naturalmente, porque los desconocen los niños,
los idiotas, etc....
Porque, primero, es evidente que
todos los niños no tienen la más mínima aprehensión o pensamiento
de aquellas proposiciones, y tal
carencia basta para destruir aquel asenso universal, que por fuerza
tiene que ser el concomitante necesario de
toda verdad innata. Además, me parece caso contradictorio decir que
hay
verdades impresas en el alma que ella no percibe y no entiende,
ya que estar impresas significa que, precisamente, determinadas verdades
son percibidas, porque imprimir algo en la mente sin que la mente lo perciba me parece poco
inteligible. Si, por supuesto, los niños y los idiotas tienen alma,
quiere decir que
tienen mentes con dichas
impresiones, y será inevitable que las perciban y que necesariamente
conozcan y asientan aquellas verdades; pero
como eso no sucede, es evidente que no existen tales impresiones.
Porque si no son nociones naturalmente
impresas, entonces, ¿cómo pueden ser innatas? Y si efectivamente
son nociones impresas, ¿cómo pueden
ser desconocidas? Decir que una noción está impresa en la mente, y afirma al tiempo que la mente la
ignora y que incluso no la advierte, es igual que reducir a la nada
esa impresión. No puede decirse de
ninguna proposición que está en la mente sin que ésta tenga
noticia y sea consciente de aquella. Porque si
pudiera afirmarse eso de alguna proposición, entonces por la misma
razón, de todas las proposiciones
que son ciertas y a las que la mente es capaz de asentir, podría
decirse que están en la mente y son
impresas. Puesto que si acaso pudiera decirse de alguna que está en
la mente, y
que ésta todavía no la conoce, tendría que ser sólo
porque es capaz de conocerla. Y, desde luego, la mente
es capaz de
llegar a conocer todas las verdades. Pero, es más de ese modo,
podría haber verdades impresas
en la mente de las que nunca tuvo ni
pudo tener conocimiento; porque un hombre puede vivir mucho y
finalmente puede morir en la ignorancia de muchas verdades que su
mente hubiera sido capaz de conocer,
y de conocerlas con certeza. De
tal suerte que si la capacidad de conocer es el argumento en favor de
la
impresión natural, según eso,
todas las verdades que un hombre llegue a conocer han de ser innatas:
y esta
gran afirmación no pasa de ser un modo impropio de hablar;
el cual mientras pretende afirmar lo contrario nada dice diferente de
quienes niegan los principios innatos. Porque, creo, jamás nadie
negó que
la mente sea capaz de conocer varias verdades. La
capacidad, dicen, es innata; el conocimiento, adquirido.
Pero, ¿con qué fin entonces tanto
empeño en favor de ciertos principios innatos? Si las verdades
pueden imprimirse en el entendimiento sin
ser percibidas, no llego a ver la diferencia que pueda existir entre
las verdades que la mente sea capaz de
conocer por lo que se refiere a su origen. Forzosamente todas son innatas o todas son adquiridas, y
será inútil intentar distinguirlas. Por tanto, quien hable de
nociones innatas en el entendimiento, no
puede ( si de
ese modo significa una cierta clase
de verdades ) querer decir que tales nociones sean en el
entendimiento de tal manera que el entendimiento
no las haya percibido jamás, y de las que sea un ignorante total.
Porque si estas palabras: «ser en
el entendimiento» tienen algún sentido recto, significan ser
entendidas. De tal forma que ser en el
entendimiento y no ser entendido; ser en la mente y nunca ser
percibido, es tanto como decir que una cosa es y
no es en la mente o en el entendimiento. Por tanto, si estas dos proposiciones: cualquier cosa que
es, es, y es imposible que la misma cosa sea y no sea, fueran
impresas por
la naturaleza, los niños no podrían ignorarlas. Los
pequeños y todos los dotados de alma tendrían que
poseerlas en el
entendimiento, conocerlas como verdaderas, y otogarles su
asentimiento.
6. Los hombres las conocen cuando
alcanzan el uso de razón.
Para evitar esta dificultad, se dice
generalmente que todos los hombres conocen esas verdades y les dan
su
asentimiento cuando alcanzan el uso de razón, lo que es
suficiente, continúan, para probar que son innatas.
A ello se puede contestar.
7. Las expresiones dudosas, que
apenas tienen significación alguna, pasan por ser razones claras
para quienes estando prevenidos no
se toman el trabajo ni de examinar lo que ellos mismos dicen.
Porque para aplicar aquella réplica
con algún sentido aceptable a nuestro actual propósito tendría
que significar alguna de estas dos
cosas. O que, tan pronto como los hombres alcanzan el uso de razón,
esas supuestas inscripciones innatas
llegan a ser conocidas y observadas por ellos; o que el uso y el adiestramiento de la razón de los
hombres les ayudan a descubrir esos principios y se los dan a conocer
de
modo cierto.
8. Si la razón los descubriera, no
se probaría que son innatos.
Si quieren decir que los hombres
pueden descubrir esos principios por el uso de la razón y que eso
basta para probar que son innatos, su modo
de argumentar se reduce a esto: Que todas las verdades que la razón nos puede descubrir con
certeza y a las que nos puede hacer asentir firmemente, serán
verdades naturalmente impresas en la mente,
puesto que ese asentimiento universal, que según se dice es lo que
las particulariza, no pasa de significar
esto: Que, por el uso de la razón, somos capaces de llegar a un conocimiento cierto de ellas y
aceptarlas; y, según esto, no habrá diferencia alguna entre los
principios de la matemática y los teoremas que se
deducen de ella. A unos y a otros habría que concederles que son innatos, ya que en ambos casos se
trata de descubrimientos hechos por medio de la razón y de verdades que una criatura racional puede
llegar a conocer con certeza, con sólo dirigir correctamente sus pensamientos por ese camino.
9. Es falso que la razón los
descubra.
Pero, ¿cómo esos hombres pueden
pensar que el uso de la razón es necesario para descubrir principios
que
se suponen innatos cuando la razón ( si hemos de creerlos ) no
es sino la facultad de deducir verdades desconocidas, partiendo de
principios o proposiciones ya conocidas? Ciertamente, no puede
pensarse que sea innato lo que la razón requiere
para ser descubierto, a no ser, como ya dije, que aceptemos que
todas las verdades ciertas que la razón
nos enseña son ciertas. Sería lo mismo pensar que el uso de la
razón es imprescindible para que nuestros
ojos descubran los objetos visibles, como que es preciso el uso de
la razón o su ejercicio, para que
nuestro entendimiento vea aquello que está originalmente grabado en
él, y
que no puede estar en el
entendimiento antes que él lo perciba. De manera que hacer que la
razón descubra esas verdades así impresas
es tanto como decir que el uso de la razón le descubre al hombre lo que ya sabia antes; y si los hombres
tienen originariamente esas verdades impresas e innatas, con anterioridad al uso de la razón, y
sin embargo las desconocen hasta llegar al uso de razón, ello
equivale a decir que los hombres las conocen y
las desconocen al mismo tiempo.
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12. Cuando alcanzamos el uso de
razón, no llegamos a conocer esos principios.
Sí conocer y aceptar esos
principios, cuando llegamos al uso de razón, quiere decir que éste
es el momento en que la mente los advierte, y tan
pronto como los niños llegan al uso de razón alcanzan también a conocerlos y a aceptarlos, esto es
asimismo falso y gratuito. En primer lugar es falso porque es
evidente que esos principios no están en la
mente en una época tan temprana como la del uso de razón y, por
tanto, se señala de manera falsa la
llegada del uso de razón como el momento en que se descubre.
¿Cuántos ejemplos podríamos citar de uso de
la razón en los niños, mucho antes de que tengan conocimiento
alguno del principio de que «es imposible»
que la misma cosa sea y no sea a la vez? Y gran parte de la gente analfabeta y de los salvajes se
pasan muchos años incluso de su edad racional sin jamas pensar en
eso, ni en otras proposiciones generales
semejantes. Admito que los hombres no llegan al conocimiento de esas
verdades generales abstractas, que
se suponen innatas, hasta no alcanzar el uso de razón; pero añado
que tampoco lo hacen entonces. Esto es
así porque, aún después de haber llegado al uso de razón, las
ideas generales y abstractas a que se
refieren aquellos principios generales, tenidos erróneamente por
principios innatos, no están forjadas en la
mente, sino que son, por cierto, descubrimientos hechos y axiomas introducidos y traídos a la mente
por el mismo camino y por los mismos pasos que otras tantas proposiciones a las que nadie ha
sido tan extravagante de suponer innatas. Espero demostrar
claramente esto en el curso de esta
disertación, Admito, por tanto, la necesidad de que los hombres
lleguen al uso de razón antes de alcanzar el
conocimiento de esas verdades generales; pero niego que cuando los hombres llegan al uso
de razón, sea el momento en que las descubran.