Investigación sobre el entendimiento humano
David Hume
Sección 2: El origen de las
ideas
Todos admitirán libremente
que las percepciones de la mente cuando un hombre
•siente el dolor de un calor
excesivo o el placer de una calidez moderada son
considerablemente diferentes
de lo que siente cuando más tarde •se acuerda de la
sensación, o cuando antes •la
anticipa en su imaginación. La memoria y la imaginación
pueden imitar o copiar las
percepciones de los sentidos, pero no pueden crear una
percepción que tenga tanta
fuerza y vivacidad como aquella que están copiando. Incluso
cuando operan con el máximo
vigor, lo más que diremos es que representan su objeto tan vivazmente que casi
podríamos decir que lo podemos sentir o ver. Exceptuando los casos en los que
la mente está alterada por la locura o una enfermedad, la memoria y la
imaginación jamás pueden crear percepciones de forma tan vivaz tal que dichas
percepciones sean indistinguibles de aquellas que estamos viendo o sintiendo.
El
pensamiento más vivaz sigue
siendo más apagado que la más burda sensación. Una distinción similar corre a
lo largo de las otras percepciones de la mente. Un verdadero ataque de •enojo
es muy diferente del mero pensamiento sobre la misma emoción. Si se me dice que
alguien está •enamorado, comprendo el significado de esto y me formo una
concepción correcta del estado en el que esa persona se encuentra; ¡pero jamás
confundiría esa concepción con el torbellino de estar de hecho enamorado!
Cuando recordamos nuestras sensaciones y sentimientos pasados, nuestro
pensamiento es un espejo fidedigno que copia sus objetos fielmente; pero esto
lo hace en colores que son más débiles y más deslavados que aquellos con los
que se vestían nuestras percepciones originales. Para poder distinguir entre
las unos y las otras no se necesita ni pensamiento muy cuidadoso ni habilidad
filosófica.
Así es que podemos dividir
las percepciones de la mente en dos clases, con base en
los distintos grados de su
fuerza y vivacidad. Las menos fuertes y vivaces son comúnmente llamados
‘pensamientos’ o ‘ideas’. Las otras no tienen un nombre específico en nuestra
lengua o en la mayoría de las otras, presumiblemente porque no se necesita de
un término general para ellas salvo cuando se está haciendo filosofía. Permitámonos,
pues, la libertad de llamarlas ‘impresiones’, utilizando esa palabra en un
sentido ligeramente inusual.
Con el término ‘impresión’, pues, me refiero a todas nuestras percepciones más
vivaces cuando oímos o vemos o sentimos o amamos u odiamos o deseamos. Éstas
deben ser distinguidas de las ideas, que son las percepciones más débiles o
menos intensas de las que tenemos conciencia una vez que reflexionamos sobre [=
‘dirigimos la mirada hacia nuestro interior sobre’] nuestras impresiones. A
primera vista puede parecer que el pensamiento humano es totalmente ilimitado:
no
sólo escapa a todo poder
humano y a toda autoridad ·como cuando un hombre pobre
piensa en convertirse en rey
de la noche a la mañana, o cuando un ciudadano ordinario
piensa en que es un rey·,
sino que además no está confinado dentro de los límites de la
naturaleza y la realidad. Le
es tan fácil a la imaginación formar monstruos y unir figuras
y apariencias incongruentes
como le es concebir a los objetos más familiares y naturales.
Y mientras que •el cuerpo
debe arrastrarse laboriosamente sobre la superficie de un solo
planeta, •el pensamiento nos
puede transportar instantáneamente a las regiones más
lejanas del universo –e
incluso más allá
. Lo que nunca ha sido visto
u oído puede no obstante ser concebido; nada está más allá del poder del
pensamiento salvo lo que implica una absoluta contradicción. Pero aunque
nuestro pensamiento parece ser tan libre, cuando observamos más atentamente
encontraremos que en realidad está confinado dentro de límites bastante
estrechos, y que toda la potencia creativa de la mente consiste meramente en su
habilidad de combinar, trasponer, agrandar o encoger los materiales que le son
provistos por los sentidos y la experiencia. Cuando pensamos en una montaña
dorada, lo único que hacemos es combinar dos ideas consistentes –oro y montaña–
con las que ya estamos familiarizados. Podemos concebir un caballo virtuoso
porque nuestros propios sentimientos nos capacitan para la virtud, y podemos
unirla con la figura de un caballo, que es un animal que conocemos. En suma,
todos los materiales del pensar son derivados o bien de nuestros sentidos
externos o bien de nuestros sentimientos internos: todo lo que la mente y la
voluntad hacen es mezclar y combinar dichos materiales. Puesto en terminología
filosófica: todas nuestras ideas o percepciones endebles son copias de nuestras
impresiones, o percepciones más vivaces.