jueves, 14 de agosto de 2014

Argumentar: diferencia entre "Persuadir" y "Convencer"

Michel Tozzí, “Pensar por sí mismo”, Ediciones de la Crónica Social, 1999.

La reflexión filosófica, en toda la tradición occidental, es el uso metódico de la razón para tentar responder a los problemas fundamentales del hombre, esta exigencia crítica implica que toda posición que se plantee como filosófica sea justificada, legitimada por una argumentación sólida. Ella es tanto más creíble, en tanto se apoye sobre principios, desarrolle una coherencia, resista a las refutaciones.
Es necesario aprender a argumentar sus tesis, y a rechazar sus objeciones”





Carlos Pereda: “Vértigos Argumentales. Una ética de la disputa”, Ed. Anthropos, Barcelona, 1994.
Desde los tiempos remotos se mantuvo esta división entre dos mecanismos que se desencadenan a partir del ejercicio del lenguaje. (…)
Si se revisan algunas especificaciones de las supuestas funciones de convencer y persuadir se pueden aclarar algunos puntos. “Convencer”, por ejemplo, es un verbo con tres participantes: alguien convence a otro de algo. Pero ese otro: ¿quién es? Puede tratarse del interlocutor, de una audiencia presente o de una audiencia incierta (futura, remota o imaginaria), o de ninguna audiencia (cuando se buscan razones internas para decidir acerca de algo). Un político, por ejemplo, se enfrenta con un opositor, no para convencerlo, sino para convencer a los votantes o a los que escuchan el debate. Cualquiera en una situación cotidiana emplea los mismos mecanismos para convencer a otro. Un hijo que argumenta frente a su padre acerca de la conveniencia de volver a su casa a una hora determinada, ante la negativa busca argumentos que permitan modificar la postura paterna. (…)
La gramática misma ofrece también sus servicios para diferenciar ambos conceptos. Así, una persuasión se padece (como algo impuesto) mientras que una convicción se tiene (Como algo obtenido).
El carácter pasivo del paciente de la persuasión contrasta con el carácter activo del paciente de la convicción.
Puede afirmarse también que la convicción implica un proceso activo, racional y reflexivo, por parte del participante paciente, mientras que la persuasión implica un proceso pasivo, irracional e irreflexivo, por parte del participante paciente. (…)
La propuesta persuasiva apela a una gama de mecanismos psicológicos sin medición protagónica de la razón. Las persuasiones tienen que ver con las emociones.
La propuesta de la convicción, en cambio, apela a la razón, hace un llamado a la revisión crítica, explícita, tanto del argumento o los argumentos a favor, como de los argumentos en contra de la propuesta o tesis.
La persuasión, si incluye la acción, lo hace sin mediación protagónica de la razón. En tanto el intento de convencer, si bien puede tener como finalidad la acción del otro, está mediado por la revisión crítica del asunto. (…)


Tomás Miranda: “El juego de la Argumentación”, Ediciones de la Torre, Madrid, 1995.

(…) La escuela, pues, ha de enseñar a pensar, pero ha de enseñar a pensar mediante el diálogo. Ha de educar a las personas capaces de defender sus conocimientos y creencias presentando razones y teniendo en cuanta las razones de los demás. La escuela ha de ser una comunidad de argumentadores que se esfuerzan en alcanzar acuerdos comunicativamente logrados, basados, solamente, en la fuerza de las razones aducidas.

La argumentación, como cualquier otro juego, está sometida a unas reglas, cuyo seguimiento es condición para ser considerada una actividad racional. Pero como ocurre en todo juego, el conocimiento de sus reglas no asegura la competencia argumentativa: ésta es cuestión de práctica.

Argumentar es un juego, es decir, una práctica lingüística sometida a reglas (Wittgenstein, 1953), que se produce en un contexto comunicativo y mediante el cual pretendemos dar razón ante los demás o ante nosotros mismos de algunas de nuestras creencias, opiniones y acciones. Las razones que presentamos para justificar un dicho o un hecho, pretenden tener una validez intersubjetiva susceptible de crítica y. prácticamente por ello, se puede llegar a acuerdos comunicativamente logrados.
Un argumento es, pues, un conjunto de oraciones utilizadas en un proceso de comunicación, llamadas premisas, que justifican o apoyan a otra, llamada conclusión, que se deduce, de algún modo, de aquellas. Todo argumento supone un razonamiento en donde una conclusión se infiere de premisas. El nexo que hay entre éstas y aquellas se llama inferencia.

Puede tratarse de una inferencia lógica (la conclusión es una consecuencia lógica de las premisas o éstas implican lógicamente la conclusión), o de una inferencia en sentido amplio.
No se puede defender que un argumento es racional sólo si la conclusión se infiere lógicamente de las premisas. Pero la legitimidad de las inferencias en sentido amplio no sólo depende de la estructura formal del razonamiento sino de aspectos pragmáticos y contextuales, es decir, de aspectos referentes al marco discursivo.
Lógica formal: estudia los argumentos como pautas abstractas de razonamiento, considerando sólo su estructura formal.

Lógica informal: estudia los argumentos como muestras o ejemplares reales y concretos de expresiones lingüísticas que un hablante usa en determinados contextos comunicativos y con determinadas intenciones. Tiene como objeto los argumentos, entendidos como ejemplares lingüísticos resultantes de unos actos de habla que pretenden el intercambio de razones con el fin de llegar a acuerdos en contextos de diálogo razonado. (…)

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