lunes, 5 de septiembre de 2016

Dos pensamientos acerca de la ciencia: tradicional y crítico

LA CIENCIA
Su método y su filosofía
MARIO BUNGE- filósofo argentino
1. Introducción
Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo,
 el hombre trata de entenderlo; y
sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible,
 del mundo, el hombre intenta
enseñorarse de él para hacerlo más confortable.
 En este proceso, construye un mundo artificial:
ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”,
que puede caracterizarse como conocimiento racional,
 sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible.
 Por medio de la investigación científica, el hombre
 ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo
 que es cada vez más amplia, profunda y exacta

2. Ciencia formal y ciencia fáctica
No toda la investigación científica procura el conocimiento objetivo. Así, la lógica y la
matemática —esto es, los diversos sistemas de lógica formal y los diferentes capítulos de
la matemática pura— son racionales, sistemáticos y verificables, pero no son objetivos; no
nos dan informaciones acerca de la realidad: simplemente, no se ocupan de los hechos.
La lógica y la matemática tratan de entes ideales; estos entes, tanto los abstractos como
los interpretados, sólo existen en la mente humana. A los lógicos y matemáticos no se les
da objetos de estudio: ellos construyen sus propios objetos. Es verdad que a menudo lo
hacen por abstracción de objetos reales (naturales y sociales); más aún, el trabajo del
lógico o del matemático satisface a menudo las necesidades del naturalista, del sociólogo
o del tecnólogo, y es por esto que la sociedad los tolera y, ahora, hasta los estimula. Pero
la materia prima que emplean los lógicos y los matemáticos no es fáctica sino ideal.


– Un perfil crítico acerca de la labor científica –

 Selección de texto perteneciente a la obra “De Arquímedes a Einstein. Las caras ocultas de la invención científica”, de Pierre Thuillier.

Los científicos, con paciencia y repetidos esfuerzos, acaban por escribir y explicar cada vez mejor determinados fenómenos. Tal vez no lleguen a la Verdad absoluta (lo que, por otra parte, pondría fin a la investigación científica), pero resuelven, con mayor o menor exactitud, un gran número de problemas. Con el transcurso del tiempo, se establece una selección de teorías. Aunque este saber sea siempre parcial y susceptible de modificarse o cuestionarse, resultaría vano impugnar radical y globalmente la fecundidad del trabajo de los investigadores. Cualesquiera que sean los fallos, e incluso los errores, la institución científica tiene, por decirlo así, un funcionamiento positivo y un rendimiento apreciable. No se trata, por consiguiente, de negar los méritos y los logros de «la ciencia» y sus servidores, sino de adoptar cierta actitud crítica ante la imagen que con frecuencia se ofrece. A pesar de los trabajos notables realizados por gran número de historiadores de la ciencia, siempre están en boga numerosos «mitos». Mitos que presentan el «Método Experimental» como el único que garantiza casi automáticamente el valor de los resultados obtenidos o, peor aún, que hacen creer en la inmaculada concepción de las teorías, como si los auténticos hombres de ciencia no tuviesen (y no debiesen tener) creencias filosóficas, prejuicios, pasiones, fantasmas, etc. Sobre todas estas cuestiones, que atañen «la imagen de la ciencia», es posible la polémica.
La objetividad, repetimos, constituye un ideal. ¿Quién no sueña con una ciencia perfecta que muestre la naturaleza tal como es? Pero estamos lejos de alcanzarlo. En concreto, el investigador se ve obligado a correr riesgos, a apoyarse sobre determinada concepción de la naturaleza, a postular relaciones que tal vez sean inexistentes, a formular conjeturas audaces e incluso temerarias, a «manipular» los hechos de forma a veces demasiado hábil. La índole de vulgata epistemológica que oculta más o menos deliberadamente estos aspectos de la realidad científica está orientada a ofrecer de ésta una imagen halagadora y, por decirlo así, aseptizada: el Sabio es un espíritu puro, frío, neutro y objetivo que se mueve en un vacío cultural e ideológico perfecto.(…)
Siempre se acaba llegando a la misma conclusión: el hombre de ciencia se comporta como si no tuviese un "perfil psicológico" singular; como si no tuviese una afectividad, pasiones, cultura, convicciones personales heredadas de su ambiente, y su educación; como si no tuviese historia ni, por supuesto, inconsciente.” [1]



[1] Thuillier, Pierre; “De Arquímedes a Einstein. Las caras ocultas de la invención científica”; Alianza Editorial; Madrid - España, 1990; p. 17-18 y 21.


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